jueves, 9 de octubre de 2008

EL COLOR DE LA MAGIA - Terry Pratchett


Tí­tulo: El color de la magia
Autor: Terence David John Pratchett (Beaconsfield, Buckinghamshire, Reino Unido, 1948)
Año de publicación: 1983
Título original: The colour of magic
Edición: Plaza y Janés. Debolsillo. 5ª edición, marzo 2007
Traducción: Cristina Macía
Páginas: 285. 4 libros




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En un mundo plano sostenido por cuatro elefantes impasibles - que se apoyan en la espalda de una tortuga gigante - habitan los estrafalarios personajes de esta novela: un hechicero avaro y torpe, un turista ingenuo cuyo fiero equipaje le sigue a todas partes sostenido por cientos de patitas, dragones que sólo existen si se cree en ellos, gremios de ladrones y asesinos, espadas mágicas, la Muerte y, por supuesto, un extenso catálogo e magos y demonios...
En esta serie de novelas se dan cita todos los temas y situaciones del género fantástico, vistos a través del personalísimo y corrosivo sentido de la comicidad de un autor inglés que se ha convertido en uno de los escritores de humor de mayor éxito y fama en el mundo.


He de decir que este ha sido mi primer encuentro con el hombre del sombrero. Sabía que existía y sabía más o menos de qué iban sus libros, pero nunca hasta ahora había leído uno de ellos.
Wow.
No sé cómo empezar.
Bueno, dejemos que la obra hable por sí misma:

Muchas veces se ha dicho que, aquellos que son sensibles a la radiación del octarino -el octavo color, el Pigmento de la Imaginación- pueden ver cosas que resultan invisibles para los demás.
Así fue como Rincewind, que corría -con el Equipaje trotando tras él- por los populosos bazares de Morpork, iluminados por bengalas al anochecer, tropezó con una figura alta y sombría, se volvió para dedicarle unas cuantas maldiciones, y se encontró frente a frente con la Muerte.
Tenía que ser la Muerte. Nadie más iría por ahí con las cuencas de los ojos vacías, claro. Y la guadaña que llevaba al hombro era otra pista. Mientras Rincewind la miraba horrorizado, una pareja de amantes, riéndose de algún chiste privado, atravesaron la aparición sin darse cuenta de nada.
La Muerte parecía sorprendida, al menos hasta donde puede parecerlo un rostro sin rasgos móviles.
- ¿Rincewind? -dijo la Muerte, en tonos tan profundos y pesados como puertas de plomo cerrándose en una cavidad subterránea.
- Hummm -respondió Rincewind, intentando apartarse de la mirada sin ojos.
- Pero ¿qué haces tú aquí?
(Bum, bum, lápidas de criptas en sólidas montanas antiguas, comidas por los gusanos...)
- Hummm... ¿por qué no iba a estar aquí? -se las arregló para responder Rincewind-. Además, estoy seguro de que tienes mucho que hacer, así que te dejo...
- Me sorprende que hayas tropezado conmigo, Rincewind, porque tengo una cita contigo esta misma noche.
- Oh, no, no...
- Pero, claro, lo jodido del asunto es que esperaba encontrarte en Psephopololis.
- ¡Pero eso está casi a ochocientos kilómetros!
- No hace falta que me lo recuerdes. Ya veo que se me ha vuelto a descuajaringar todo el sistema. Oye, mira, ¿no te importaría...?
Rincewind retrocedió, extendiendo las manos frente a él como para protegerse. En una caseta cercana, el vendedor de pescado seco contempló a aquel loco con interés.
- ¡Ni pensarlo!
- Puedo prestarte un caballo muy rápido -ofreció la Muerte.
- ¡No!
- No dolerá nada.
- ¡No!
Rincewind se dio la vuelta y echó a correr. La Muerte le miró alejarse, y se encogió de hombros con gesto de fastidio.
- Pues que te den por culo -dijo la Muerte.
Se dio la vuelta, y vio al vendedor de pescado. Con un gruñido, la Muerte extendió un dedo literalmente huesudo, y detuvo el corazón del hombre. Pero no le sirvió de consuelo.
Entonces, la Muerte recordó lo que iba a suceder aquella misma noche. No sería correcto decir que sonrió, ya que, en cualquier caso, sus rasgos estaban perpetuamente congelados en una sonrisa calcárea. Pero empezó a tararear una tonadilla, tan alegre como el entierro de un apestado, y -deteniéndose sólo para robarle la vida a una mosca de mayo, y una de sus nueve vidas a un gato que se escondía cobardemente bajo la caseta de pescado (todos los gatos ven el octarino)-, la Muerte giró sobre sus talones y echó a andar hacia el Tambor Roto.


Ya sé. Nunca hasta ahora había insertado un fragmento del texto comentado dentro de la crítica, pero la ocasión lo merecía. ¿No es genial? En solo esas líneas encontramos pistas de los que encierra este mundo discoidal. Para empezar, no es una novela para niños. O no necesariamente. Lo digo por las expresiones malsonantes (y lo digo con la boca chica. Siempre he sido un defensor de los tacos como elementos expresivos del lenguaje. No me escandalizo fácilmente… ). También observamos un recurso muy borgiano, que es el de recurrir a fuentes clásicas (el cuento de "Las mil y una noches" del caballero y la Muerte) y jugar con él. Los personajes se comportan con verosimilitud dentro del surrealismo de la escena. Y, sobre todo, vemos el incontenible sentido del humor de Terry Pratchett.
Pues esto se repite a lo largo de toda la novela. Y es que leyendo "El color de la magia" me ha ocurrido algo que hacía años que no me ocurría: me he reído leyendo un libro. He leído historias de humor que me han hecho sonreir , que me han sorprendido y que me han maravillado. Pero reir, lo que se dice reir…
Como es de rigor, tendré que referirme al famoso humor británico, pero como no sé que es eso (son tan británicas series como "Benny Hill" y "The IT Crowd"), diré que su humor es descendiente directo del de los Monty Python. Esto es tan evidente que, cuando a mediados de los noventa la compañía inglesa
Psygnosis lanzó un videojuego basado en el Mundodisco, la voz de Rincewind fue la de Eric Idle (no entiendo cómo no han contado con él para repetir papel en las versiones cinematográficas que se están rodando actualmente).
Momento recuerdos infantiles. En mi pubertad hubo una época en la que me aficioné a la literatura fantástica.. Por recomendación de un amigo leí a Tolkien y lo flipé. El verano que dediqué a la lectura de "El señor de los anillos" guarda grandes recuerdos para mí. Por supuesto, como le ocurre a todo el mundo, quise más. Me leí libros como "El lobo blanco", "Crónicas de Bergarad", "El señor del tiempo", "El ultimo dragón", etc. Me gustaba que la mayoría de estas obras fueran sagas, ya que así, en cuanto comenzaba una sabía que iba a permanecer mucho tiempo en esos mundos mágicos. Hasta que, de repente, me di cuenta de que el mundo mágico solo era uno, la tierra Media. Se podía cambiar el nombre del mundo así como el de los personajes, pero siempre era lo mismo. Un grupo formado por un protagonista débil (casi siempre niños, sería muy cantoso llamarlos hobbits), un guerrero tocho y valiente (a menudo más tocho que valiente), un mago muy sabio que se convierte en el maestro del protagonista,… Y así, sucesivamente…
Por supuesto hay un viaje, que es lo que ocupa la mayor parte de la trama, donde los protagonistas van conociendo sus aptitudesblablablablablaautoconocimientoblablablablablabladragonesblablablablasalvarsumundoblablablablamagianegrablablablablablabla… Los Buenos son muy buenos, luchan por razones justas, aunque siempre haya un traidor infiltrado entre ellos. Los Malos son perversos. Su único fin es el mal, no buscan mucho más que ser malvados y ser temidos. Además, por supuesto pertenecen a otra especie, llámese trolls, orcos, trasgos, suputamadres, (¿el mensaje es que las otras razas son perversas, que han nacido para hacer el mal y robarnos el trabajo y que el sentido de su existencia es putear a la noble raza aria?).
Bueno, no me extiendo más. Imagino que ya se ha captado el mensaje. Y si no es así, lo escribiré con letras gordas:
TODAS LAS SAGAS DE LITERATURA FANTÁSTICA NO SON MÁS QUE PUTAS COPIAS DE LO QUE ESCRIBIÓ TOLKIEN.
Que a su vez es una copias de textos anteriores, ya que mezcla parte de la mitología escandinava de los Eddas con leyendas artúricas, me dirá alguien. Y tendrá razón. El mérito de Tolkien es precisamente haber sabido mezclar tradiciones con tal astucia que parece que nos está vendiendo algo nuevo. Y no me considero un defensor a ultranza de este autor. Hoy día no me veo con ánimo suficiente como para leer de otra vez ninguna de sus obras.
Todo lo dicho anteriormente viene a colación de que Terry Pratchett coge todos los elementos típicos de este género, tales como los esterotipos antes enumerados, las situaciones épicas, el viaje iniciático, el mundo mágico donde todo es posible, etcétera. Lo mete en una batidora con una doble ración de ingenio y de mala hostia, lo bate hasta que queda una papilla finita, la tira luego por el wáter y escribe lo que le sale de los cojones. Por todo ello rindo mi admiración a sus pies y le casco un:

Puntuación: 94 sobre 100.



PS. Ya sé que en toda la crítica no he hecho otra cosa que divagar y apenas he hablado de la novela en sí. Eso es porque actualmente estoy leyendo el segundo volumen de la saga Mundodisco, que concluye las aventuras iniciadas en "El color de la magia", y mi intención es escribir entonces el comentario completo.

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